miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA HISTORIA DE BIENVENIDO Y EL NEGRO (Tercera parte)



Resumen: Bienvenido llegó a nuestra casa, quién sabe de adonde, en Nochebuena. Pesaba apenas 3,200 kgs, . Doña Nancy, por la fecha, firmó el ¨úkase¨ que autorizó su adopción. En apenas un mes aumentó su peso, se convirtió en compañero de juegos de la ¨Pupi¨ (la perrita de la nieta Jimena) y en amigote del viejo perro Quintín.

Ya pesaba unos 12 kilos largos el Bienvenido. Su pelo limpio y lustroso, negro como una noche sin luna, denunciaba su buen estado físico. Comía como dos perros, reitero, era ¨inllenable¨. Le traía desperdicios de la carnicería y comia a media mañana junto a los otros perros. Estos al mediodía, a la hora de almorzar ni aparecían por cerca de la mesa pero Bienvenido...minga. Se echaba a mis pies y ahí estaba a la expectativa.
Una noche, cerca de las nueve, estaba en la despensa habíame sentado en mi sillón diarios en ristre, comencé a leer uno y los otros los puse en el piso, a la par de donde estaba apoltronado. Doña Nancy trajinaba en la parte trasera de la casa, mi hijo Ricky en sus cosas, también la Jime.
En eso Bienvenido se echó arriba de los diarios y comenzóa a mordisquear algo que resultó ser un nido de fideos entrefino que seguramente encontró cerca de las bolsas.
Le quité el fideo y lo corrí pegándole un parchazo. No habrían pasado cinco minutos cuando entró la Gaby, vecina de al lado, y me dice:
-Don Kito, es suyo un perrito negro? Lo acaba de chocar una motocicleta.
Salí afuera, a pesar de la poca luz alcancé a divisar su cuerpo tirado del otro lado de la calle, en diagonal adonde me encontraba. Llegué hasta él, le manaba sangre de la boca, el impacto había sido en la cabeza, ya estaba muerto.
Lo levanté en mis brazos como solía hacerlo cuando pequeño con la diferencia que ahora no quería morderme como muestra primitiva de cariño. Lo deposité en un cajoncito frutero mientras unas lágrimas calientes como hierro derretido corrían por mis mejillas. Era mi perro. El que cada mañana acunaba unos minutos antes de ir a la radio. El que llevé a Marco Ponti para que lo medicara en prevención de cualquier cosa. El que se echaba a mis pies a la hora de comer. El de las corridas interminables con la Pupi. El que se tomaba toda la confianza del mundo a pesar de los gruñidos del viejo Quintin.
Está enterrado en los fondos de la casa. Parafraseando las estrofas de ¨El malevo¨: ¨...si se me hace que lo veo, cada dia, cada amanecer, trote y trote por el tiempo.¨



CONTINUARA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario