EL DESPERTAR
Enrique Gil Albornoz
Y la tomé en mis brazos, balbuciente,
besándola en los labios y en los ojos;
con mi llanto viril mojé su frente
y me alejé de allí, de sus despojos.
Deliraba ... la fiebre en mí subía
como en ella la vida se escapaba,
y por cada suspiro que ella daba,
una rosa en el huerto florecía
y una estrella en mi alma se apagaba.
¡Señor,! No me la quites, ¡te lo ruego!
¡No creo merecer tanto castigo:
yo te cedo mis ojos, hazme ciego,
más déjala, Señor, aquí conmigo!
De pronto me miró y dijo exaltada:
¨¡No me dejes morir! ¡Dame la vida!
¡No me dejes morir...¨, y agonizaba
al borde de mi boca fallecida.
Penetraron los hombres indolentes
a llevarse la muerta que posaba en calas,
la alzaron sin temor, indiferentes,
y con un grito ensombrecí la sala.
Deliraba..., la fiebre en mi subía
como ella de mi vida se escapaba,
y por cada suspiro que yo daba,
una rosa en el huerto florecía
y una estrella en mi alma se apagaba.
Pero todo fué un sueño de mi ensueño
y en un lecho me hallé desconcertado,
donde el muerto era yo y el enterrado.
La mujer que yo amé, otro la amaba,
y la boca febril que veneré en mi sueño
otra boca feliz la aprisionaba.
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