GIRARDET, UN PUEBLO QUE SE QUEDO SOLO Y
ESPERA
Orfandad. Unas pocas familias
sobreviven a la hecatombe que provocó el mutis del ex ferrocarril
Belgrano. Lo que antes fué casi un emporio de actividad forestal,
ganadera y social, hoy es una población casi inerte, sin comercio de
ningún tipo, en la que la rumorosa y cercana Ruta 89 le pone un
atisbo de vida a una realidad cotidiana parecida a la muerte.
Girardet, una población distante a
solamente 20 kms de esta ciudad de Quimilí, cabecera del Dpto
Moreno, en el nudo fundamental de una región quizás una de las más
ricas en presente y futuro potencialmente hablando, de la provincia
de Santiago del Estero, parece abstraída de esa realidad por
causales que no les son inherentes a su infraestructura sino que son
una consecuencia directa de una circunstancia insoslayable.
Para entender la penosa situación de
las pocas familias que ¨duran¨ en este contexto de pobreza y cuasi
abandono, en la que la escuelita, la sala de primeros auxilios, la
capilla y el pozo de agua potable cavado a pala y sudor, son mojones
de fundamental importancia, hay que remontarse a unas pocas décadas,
la época de oro en las que el tren era una presencia que le daba
impulso a la vida cotidiana de la población.
La estación del ferrocarril, el galpón
con la puerta entornada por el paso de los años, el andén derruído,
las imponentes casas de ladrillo visto y techo de tejas que resisten
a pie firme el tiempo y las circunstancias, casas donde anidaba el
rumor de cuatro familias en cada una de ellas, las aledañas del
capataz y segundo capataz de la cuadrilla de via y obra para quienes
estaban destinadas primigeniamente, son un resabio de ese pasado.
El trazado de las vias es solamente un
recuerdo por que alguien se las llevó quizás de manera espuria y
solo hay un pedazo de ellas resistiéndose ¨férreamente¨ al olvido
y a la ausencia obligada, queriéndose quedar un ratito más como ese
sol que en el poniente ilumina con rayos rojos un imponente quebracho
colorado que vió madrugadas de movimientos cíclicos ante la llegada
de cada convoy.
Signos
La señal, ese indicador para el
personal de máquinas que permitía el ingreso o no de las
formaciones ferroviarias, es solo un fantasma como permitiendo el paso de los años que se llevaron para siempre el
pasado activo de varias generaciones.
Girardet, cuyo nombre homenajea a un
ingeniero de origen francés, según algún memorioso, supo ser una
población de mucha actividad, recuerda Julio Jimenez mientras
caminamos unos pasos atrás de la procesión que porta la imagen de
la Santa Patrona, la Vírgen del Rosario, cuya fiesta se celebró el
pasado sábado 6 de octubre.
Presente
No más de cuarenta personas, muchas de
ellas de establecimientos agrícolas de las zonas aledañas, que
caminan lentamente entre rezos, cantos, ladridos de perros y la
mirada impávida de las cabras en sus corrales, hablan a las claras
de lo que es hoy por hoy esta comunidad.
Y duele, claro que duele decirlo.
Porque caminamos por lo que antaño fueron playas en las que los
carros tirados por mulas descargaban el carbón que se producía en
la zona, la madera y los durmientes que se manufacturaba en el
gigantesco aserradero de ¨los Diez¨, que funcionaba traccionado por
una caldera a vapor, como una máquina de ferrocarril.
¨Aquí sabía estar el almacén, dice
Julio, por supuesto de los omnipresentes ¨Diez¨, en un lugar donde
no hay ningún indicio de esa antigua opulencia, en la
que abrevaban rumorosamente decenas y decenas de personas, peones
rurales, empleados, jefes de familia, vecinos, que ganaban en buena ley su sustento y tenían
a mano todo lo que necesitaban, mercaderia, carne, vestimenta, etc.
Recuerdos
Una especie de vieja huella cavada en
la tierra por el tránsito incesante de carros, zorras, sulkys, se
pierde entre una arboleda. ¨Ese era un camino que atravesando los
campos iba a Quimilí hasta finalizar, más o menos, donde era la
casa de ¨Peti¨ Diaz¨, me grafica mi interlocutor.
¨Allá estaban los corrales donde se
guardaban los animales vacunos que luego se cargaban en los vagones
jaulas¨, dice Julio y uno con un poco de imaginación hasta creer
escuchar en el silencio sepulcral de la tarde noche el mugir de los
animales y el polvo levantándose hacia el cielo.
Ese cielo tachonado de estrellas que
vió por años, inviernos y veranos, la llegada y partida del
¨pasajero¨, hacia o desde el Chaco, ese territorio casi mágico que
imantaba con la blanca palidez de sus sembrados.
La vieja estación construída a
conciencia para durar años, ya pasó con creces la centuria y sigue
ahí, firme y enhiesta, con su paredes ajadas y carcomidas pero está
y lo seguirá estando para cobijo de la humilde familia que la ocupa.
El viejo andén, refugio batido por el viento y el agua de miles de
lluvias, también está, vacio, silente, pero está.
Final
Cuantos ¨misterios de adioses que
sembraba el tren¨, como dijo el poeta, quedaron grabados en el
corazón de miles de viajeros, muchos de los cuales ya no están,
como la larguísima lista de pobladores fallecidos por los cuales
pidió el padre Guillermo en la misa patronal. Apellidos que suenan
familiares al oido: Yedro, Jimenez, Pacheco, Vidal, Zerda y cuantos
otros.
Ay Girardet. Que tristeza anida en tus
pliegues. Cuando llega la noche, la luz eléctrica no alcanza a
aminorar esa sensación de tristeza intrínseca que se ha arraigado
en calles que no existen, solo la traza de la que antes fuera la ruta
vieja que se pierde en la arboleda, como contrita por el orgullo de
haber sido y el dolor de ya no ser.
Ay Girardet. No habrá por ahí un Plan
Marshall, aquel que como por arte de birlibirloque levantó a todas
las naciones destrozadas por la Segunda Guerra Mundial? Digo yo, como
en un sueño dificil de concretar, porque no se necesita ser un augur
para tomar conciencia de que se necesitan muchas cosas más que buena
voluntad para levantar a un pueblo en caida libre desde hace muchos
años.
Lo digo por esa hermosa gente que
resiste, como la estación, a pie firme, el embate del ostracismo y
el olvido y que que para comprar un kilo de puchero o un kilo de
azúcar debe recorrer como mínimo 20 kms.
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