jueves, 11 de octubre de 2012

Como suspendido en el tiempo

GIRARDET, UN PUEBLO QUE SE QUEDO SOLO Y ESPERA

Orfandad. Unas pocas familias sobreviven a la hecatombe que provocó el mutis del ex ferrocarril Belgrano. Lo que antes fué casi un emporio de actividad forestal, ganadera y social, hoy es una población casi inerte, sin comercio de ningún tipo, en la que la rumorosa y cercana Ruta 89 le pone un atisbo de vida a una realidad cotidiana parecida a la muerte.

Girardet, una población distante a solamente 20 kms de esta ciudad de Quimilí, cabecera del Dpto Moreno, en el nudo fundamental de una región quizás una de las más ricas en presente y futuro potencialmente hablando, de la provincia de Santiago del Estero, parece abstraída de esa realidad por causales que no les son inherentes a su infraestructura sino que son una consecuencia directa de una circunstancia insoslayable.
Para entender la penosa situación de las pocas familias que ¨duran¨ en este contexto de pobreza y cuasi abandono, en la que la escuelita, la sala de primeros auxilios, la capilla y el pozo de agua potable cavado a pala y sudor, son mojones de fundamental importancia, hay que remontarse a unas pocas décadas, la época de oro en las que el tren era una presencia que le daba impulso a la vida cotidiana de la población.
La estación del ferrocarril, el galpón con la puerta entornada por el paso de los años, el andén derruído, las imponentes casas de ladrillo visto y techo de tejas que resisten a pie firme el tiempo y las circunstancias, casas donde anidaba el rumor de cuatro familias en cada una de ellas, las aledañas del capataz y segundo capataz de la cuadrilla de via y obra para quienes estaban destinadas primigeniamente, son un resabio de ese pasado.
El trazado de las vias es solamente un recuerdo por que alguien se las llevó quizás de manera espuria y solo hay un pedazo de ellas resistiéndose ¨férreamente¨ al olvido y a la ausencia obligada, queriéndose quedar un ratito más como ese sol que en el poniente ilumina con rayos rojos un imponente quebracho colorado que vió madrugadas de movimientos cíclicos ante la llegada de cada convoy.
Signos
La señal, ese indicador para el personal de máquinas que permitía el ingreso o no de las formaciones ferroviarias, es solo un fantasma como permitiendo el paso de los años que se llevaron para siempre el pasado activo de varias generaciones.
Girardet, cuyo nombre homenajea a un ingeniero de origen francés, según algún memorioso, supo ser una población de mucha actividad, recuerda Julio Jimenez mientras caminamos unos pasos atrás de la procesión que porta la imagen de la Santa Patrona, la Vírgen del Rosario, cuya fiesta se celebró el pasado sábado 6 de octubre.
Presente
No más de cuarenta personas, muchas de ellas de establecimientos agrícolas de las zonas aledañas, que caminan lentamente entre rezos, cantos, ladridos de perros y la mirada impávida de las cabras en sus corrales, hablan a las claras de lo que es hoy por hoy esta comunidad.
Y duele, claro que duele decirlo. Porque caminamos por lo que antaño fueron playas en las que los carros tirados por mulas descargaban el carbón que se producía en la zona, la madera y los durmientes que se manufacturaba en el gigantesco aserradero de ¨los Diez¨, que funcionaba traccionado por una caldera a vapor, como una máquina de ferrocarril.
¨Aquí sabía estar el almacén, dice Julio, por supuesto de los omnipresentes ¨Diez¨, en un lugar donde  no hay ningún indicio de esa antigua opulencia, en la que abrevaban rumorosamente decenas y decenas de personas, peones rurales, empleados, jefes de familia, vecinos, que ganaban en buena ley su sustento y tenían a mano todo lo que necesitaban, mercaderia, carne, vestimenta, etc.  
Recuerdos
Una especie de vieja huella cavada en la tierra por el tránsito incesante de carros, zorras, sulkys, se pierde entre una arboleda. ¨Ese era un camino que atravesando los campos iba a Quimilí hasta finalizar, más o menos, donde era la casa de ¨Peti¨ Diaz¨, me grafica mi interlocutor.
¨Allá estaban los corrales donde se guardaban los animales vacunos que luego se cargaban en los vagones jaulas¨, dice Julio y uno con un poco de imaginación hasta creer escuchar en el silencio sepulcral de la tarde noche el mugir de los animales y el polvo levantándose hacia el cielo.
Ese cielo tachonado de estrellas que vió por años, inviernos y veranos, la llegada y partida del ¨pasajero¨, hacia o desde el Chaco, ese territorio casi mágico que imantaba con la blanca palidez de sus sembrados.
La vieja estación construída a conciencia para durar años, ya pasó con creces la centuria y sigue ahí, firme y enhiesta, con su paredes ajadas y carcomidas pero está y lo seguirá estando para cobijo de la humilde familia que la ocupa. El viejo andén, refugio batido por el viento y el agua de miles de lluvias, también está, vacio, silente, pero está.
Final
Cuantos ¨misterios de adioses que sembraba el tren¨, como dijo el poeta, quedaron grabados en el corazón de miles de viajeros, muchos de los cuales ya no están, como la larguísima lista de pobladores fallecidos por los cuales pidió el padre Guillermo en la misa patronal. Apellidos que suenan familiares al oido: Yedro, Jimenez, Pacheco, Vidal, Zerda y cuantos otros.
Ay Girardet. Que tristeza anida en tus pliegues. Cuando llega la noche, la luz eléctrica no alcanza a aminorar esa sensación de tristeza intrínseca que se ha arraigado en calles que no existen, solo la traza de la que antes fuera la ruta vieja que se pierde en la arboleda, como contrita por el orgullo de haber sido y el dolor de ya no ser.
Ay Girardet. No habrá por ahí un Plan Marshall, aquel que como por arte de birlibirloque levantó a todas las naciones destrozadas por la Segunda Guerra Mundial? Digo yo, como en un sueño dificil de concretar, porque no se necesita ser un augur para tomar conciencia de que se necesitan muchas cosas más que buena voluntad para levantar a un pueblo en caida libre desde hace muchos años.
Lo digo por esa hermosa gente que resiste, como la estación, a pie firme, el embate del ostracismo y el olvido y que que para comprar un kilo de puchero o un kilo de azúcar debe recorrer como mínimo 20 kms.








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