miércoles, 14 de noviembre de 2012

Miércoles 14 de noviembre de 2012

AMORES PERROS 2

El sacrificio obligado del perro Quintin, compañero, amigo de muchos años trajo aparejado un vacio en la casa. Un espacio que siempre estuvo ocupado en el contexto familiar quedaba a merced de un posible ocupante cuya identidad era una incognita. La familia, salvo la compra allá lejos y hace tiempo de un cachorro de ovejero alemán, que para variar tuvo un final trágico ya adulto, nunca tuvo predisposición a criar un perro de raza, siempre fueron de raza perro.
Los días pasaron luego del óbito de Quintin y ante el requerimiento del escriba el Dr Marco Ponti dateó que en el Bo Calasanz había un paisano de profesión maestro y apellidado Villalba que tenía una perra a punto de dar a luz. Quiso la casualidad que la casa del infrascripto quedara a escasos metros del trayecto que cotidianamente realizaba con la entrega de los diarios, específicamente al regreso del Parador ubicado a la vera de la Ruta 89.
Cuando llegué a requerir información sobre los perritos el docente me dijo que habían nacido hacia poquitos días y que era conveniente que la madre los amamantara antes de darlos. En un todo de acuerdo no aguanté y pedí verlos para reservar unito. Pasé al fondo del predio y debajo de un techito de material aledaño al horno estaba la camada. Los sacamos a la luz de la mañana y entre ellos elegí uno de color barcino.
A los pocos días llegué a ver como evolucionaban los cachorros y con desconsuelo el maestro me dijo que la perra había muerto por una infección en su ausencia (durante la semana trabaja en el campo, aclaro). Así que tuve que cargar mi perro en la bolsa de los diarios y llevarlo a mi casa. Con mi nieta Jimena nos hicimos cargo de la crianza y como primer paso lo pesamos, acusó 800 gramos y fué bautizado como Piolin.
Para tratar de hacer las cosas bien, en su medida y armoniosamente, como decía el general, lo llevamos al veterinario quién nos dió una leche apropiada al tiempo de vida, la cual le dábamos con una mamadera. A la hora de ir a la radio, bien tempranito, le daba la leche, de hecho apenas escuchaba mis pasos comenzaba a llorar hasta que lo sacaba de su habitáculo, bajo del fogón, y no se quedaba tranquilo hasta quedar ahito.
Fue creciendo y progresando rápidamente de peso. Como no hay prenda que no se parezca al dueño era inllenable, ya cuando comenzó a comer de todo, a la hora del almuerzo, estaba a mis pies bajo de la mesa y yo, acostumbrado a malcriar los perros, le alcanzaba algo a escondidas de la patrona que ponía el grito en el cielo si me sorprendía en esos furtivos menesteres.
Ya crecido, pesaba unos 8 kilos y tenía unos cuatro meses escasos, antes de ir a la radio, sacaba la moto y antes de dirigirme a las tareas cotidianas me sentaba en un tronco de paraíso que hay en la vereda y allí lo acunaba un rato entre mis brazos. Por el calor del verano por las tardes ponía un televisor en una vieja mesa y allí pispeaba el fútbol, los programas de cocina para perfeccionar mis habilidades culinarias mientras Piolin y la Pupi, la perrita de la Jimena hinchaban a más no poder.
Siempre tenía la precaución de que los perros no vayan a la calle porque el tráfico de motos es infernal. Tenía un ojo en la tele y el otro en lo que hacían los perros. Una tarde agarré la camioneta y me fui a buscar frutas y verduras para el negocio. Regresé cuando ya las primeras sombras de la noche tendían un telón de color negro a la calle prácticamente huérfana de iluminación.
Apenas estacioné al regreso ví el rostro compungido de mi gente y una vecina que me adelantó la noticia: ¨Un camioneta lo mató al perrito¨. Mi perro Piolin, mimetizado con las penumbras, no habría sido advertido por el conductor que le pasó por encima matándolo en el acto. Ya lo habían llevado adentro, en un cajón frutero que hizo de improvisado ataúd y en el cual fue enterrado al dia siguiente. No me animé a verlo. Vive en mis retinas lleno de vitalidad, comiendo a toda hora, hinchando a toda hora, llevándose alpargatas y zapatillas como todo perro chico, ligando retos de la doña y alguno que otro escobazo no muy contundente. Mi perro Piolin se fue al cielo de los hermosos perros, que como todos los que tuvimos, no era de raza, solo de raza perro.





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