El libro “Juan de los caminos” de Juan Carlos Carabajal
Con la aparición de su primer libro, el santiagueño Juan Carlos Carabajal agrega otro quehacer a los que viene desarrollando en una fructífera trayectoria: el de escritor. Su obra “Juan de los caminos” de reciente aparición es un muestrario de lo que el autor y compositor ha vivido y ha observado con mirada crítica.
En efecto, no sólo habla de su infancia campesina, de su formación intelectual, de sus composiciones musicales, de sus largas giras por el país y por Japón, de su tarea como periodista y docente rural, de sus logros como locutor al frente de su premiado programa “Santiago, Guitarra y Copla”, de la charla “Sembrando la semilla” que imparte en escuelas de casi todo el país, de su permanente búsqueda sino que dedica varios capítulos a plasmar las ocurrentes anécdotas que capta en su incansable peregrinar.
Como complemento a los textos el libro incluye una meticulosa selección de fotos de archivo que muestras distintos pasajes de la prolífica actividad desarrollada a lo largo de los años.
Hasta ahora Carabajal ha conseguido imponer a nivel masivo títulos que ya pueden considerarse clásicos populares. Se pueden destacar canciones como Entra a mi hogar, Hermano kakuy, Para los ojos más bellos, La mesa, Corazón verdugo, Las coplas de la vida, entre otros menos resonantes pero de similar valía.
Opinión del poeta santiagueño Alfonso Nassif
En un fragmento del prólogo expresa: “He aquí un poeta con una extensa memoria que llega hasta el futuro. Creador de obras prodigiosas que avanzan también por memoria de los pueblos.
Juan Carlos Carabajal es pueblo y el pueblo es canto, memoria, vida y esperanza.
Cronista de visión entrañable y profunda. Hoy, mira hacia su propio recorrido humano y sus pies vuelven a caminar con nosotros que lo acompañamos en su nuevo derrotero, esta vez, viajamos entrecerrando los ojos para sentir y respirar mejor las fragancias que tienen sus recuerdos”.
Un fragmento de la obra
Capítulo 2
Mis primeros recuerdos: El Pértigo (frag.)
Mi infancia tiene dos escenarios definidos: la casa de El Pértigo, pleno campo, con un asentamiento de ferroviarios que trabajaban en la reparación y mantenimiento de las vías para que el tren que partía de Quimilí llegara sin inconvenientes a Las Tinajas, final del recorrido. El otro escenario, mejor iluminado por la memoria más fresca es Quimilí.
El Pértigo vuelve a mí con sueños recurrentes: me veo bañándome en el charco que se formaba en el patio luego de cada lluvia veraniega, vuelvo (o paso) en el tren pasajero que circulaba tres días a la semana trayendo la correspondencia para la escueta población, las mercaderías para el negocio de mi padre, Juan Bautista Carabajal y los pasajeros que en su mayoría tenía a la Capital Federal como meta final. De vez en cuando la Cooperativa ferroviaria, llamada “la Cope” por los clientes, dejaba un vagón con mercadería para atender los pedidos de los afiliados. No sé porqué la llegada de este servicio se me antojaba algo parecido a una fiesta. (…..)
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