viernes, 29 de abril de 2011

La historia de Bienvenido. Amores perros.

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Era la Nochebuena del 2009 y dejando preparados unos potajes fuimos en familia a la Misa de Gallo en la Iglesia San Pedro y San Pablo. Al regresar sacamos las mesas a la vereda, era una noche hermosa de verano y el ruido de los cohetes era un martilleo intermitente que de vez en cuando nos sobresaltaba. En ese devenir de las horas a la espera de la medianoche dispusimos toda la parafernalia de la cena y en el ir y venir de la gente que llegaba a la despensa para comprar una u otra cosa de repente apareció él como de la nada.Era totalmente negro, su cuerpecito pequeño denunciaba un mal trato lacerante de penurias y de hambre, tenía el hocico alargado y unas ganas locas de caer simpático, en seguida hizo buenas migas con la Pupi mientras que Quintín medio que lo miraba de rabo de ojo a un costado, gruñón y mal llevado como siempre.El perrito andaba de aquí para allá, enredándose entre los pies de los concurrentes y así se fué ganando un espacio y Doña Nancy, remisa desde siempre para recibir en la casa a otro ser viviente de cuatro patas lo aceptó al susodicho de buena gana y por ser Nochebuena lo bautizó Bienvenido.El tipo comió esa noche como perro y al otro dia amaneció muy mal del hígado, se pasó tirado todo el dia, no era el único aclaro y recién al tercero de su llegada recuperó la salud y la bonhomía.

Al dia siguiente de Navidad, ya repuesto de la indigestión propia de la fiesta, común a muchos aborígenes, dia lunes, llevamos a Bienvenido a Mega Veterinaria El Lucero y allí el Dr Marco Ponti, luego de revisarlo, pesarlo ( acusó 3,200 en la báscula) y abrirle una planilla, le dió una pastilla.Lo regresamos a la casa y como desde un primer momento, continuó haciendo sus buenas migas con la Pupi y ya Quintin comenzaba a aceptarle sus imprudencias y medio que se ¨priestaba¨ para sus juegos, pero todavia a regañadientes.Eso si, siempre fué de buen diente, comenzó a recuperar peso a pasos agigantados, seguía comiendo como perro y sabedor, por instinto, de que a la par del león se come mejor, a la hora del almuerzo se echaba a mis pies y siempre algo ligaba.Le traía desperdicio de las carnicerías (gracias, Mataco) y a la semana ya pesaba casi 5 kilos. Por esas cuestiones del corazón y del estómago se me hizo pegote. Y yo le correspondía ese cariño con creces.De mañana cuando me levantaba para ir a la radio, abría la puerta para sacar la motocicleta y al punto estaban presentes los tres perros, uno detrás de otro. Luego de acomodar mis pertenencias y de cerrar la puerta de calle de la casa, me sentaba un ratito en un tronco de paraíso de los que hay en la vereda, lo levantaba en mis brazos, lo acunaba un ratito y recién me iba. Todas las mañanas.Se puso robusto, le brillaba el pelo totalmente negro, en el pecho tenía una única briznita de pelitos blancos y sus manazas incipientes denunciaban a ojos vista su futuro porte de gran perro.

Ya pesaba unos 12 kilos largos el Bienvenido. Su pelo limpio y lustroso, negro como una noche sin luna, denunciaba su buen estado físico. Comía como dos perros, reitero, era ¨inllenable¨. Le traía desperdicios de la carnicería y comia a media mañana junto a los otros perros. Estos al mediodía, a la hora de almorzar ni aparecían por cerca de la mesa pero Bienvenido...minga. Se echaba a mis pies y ahí estaba a la expectativa.Una noche, cerca de las nueve, estaba en la despensa habíame sentado en mi sillón diarios en ristre, comencé a leer uno y los otros los puse en el piso, a la par de donde estaba apoltronado. Doña Nancy trajinaba en la parte trasera de la casa, mi hijo Ricky en sus cosas, también la Jime. En eso Bienvenido se echó arriba de los diarios y comenzóa a mordisquear algo que resultó ser un nido de fideos entrefino que seguramente encontró cerca de las bolsas.Le quité el fideo y lo corrí pegándole un parchazo. No habrían pasado cinco minutos cuando entró la Gaby, vecina de al lado, y me dice:-Don Kito, es suyo un perrito negro? Lo acaba de chocar una motocicleta.Salí afuera, a pesar de la poca luz alcancé a divisar su cuerpo tirado del otro lado de la calle, en diagonal adonde me encontraba. Llegué hasta él, le manaba sangre de la boca, el impacto había sido en la cabeza, ya estaba muerto.Lo levanté en mis brazos como solía hacerlo cuando pequeño con la diferencia que ahora no quería morderme como muestra primitiva de cariño. Lo deposité en un cajoncito frutero mientras unas lágrimas calientes como hierro derretido corrían por mis mejillas. Era mi perro. El que cada mañana acunaba unos minutos antes de ir a la radio. El que llevé a Marco Ponti para que lo medicara en prevención de cualquier cosa. El que se echaba a mis pies a la hora de comer. El de las corridas interminables con la Pupi. El que se tomaba toda la confianza del mundo a pesar de los gruñidos del viejo Quintin.Está enterrado en los fondos de la casa. Parafraseando las estrofas de ¨El malevo¨: ¨...si se me hace que lo veo, cada dia, cada amanecer, trote y trote por el tiempo.¨

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