Todos los viernes, cumplimentada mi semana laboral en Quimilí, regreso a casa en el colectivo Andesmar que tomo en la rotonda este, porque esta línea no ingresa a la Terminal de Omnibus local.
Allí a la vera de la ruta espero el paso del ¨bondi¨ que como es lógico y natural no tiene un horario estricto pero su paso se produce unos minutos después de las trece horas, mientras tanto para no perder la costumbre le pego unas pispeadas a las chicas que atienden el quiosco asentado en el lugar.
El pasado viernes me acercó hasta allí don Kito en su 4 x 4, como lo hace siempre, aprovechando mi viaje para mandarle vituallas a su hijo Bebi que estudia en Tucumán y ya saben que es proverbial el ¨bon apetit¨ de todo estudiante que se precie, especialmente lejos del nido.
Ese dia no fué la excepción, me dejó una caja con insumos y se fué. A los pocos minutos ¡Uy, Dios! me doy cuenta que me dejé olvidado el celular en la suite. Le pedí permiso a las chicas de marras para dejar mi valija Jean Vuitton y la caja para Bebi y partí como una exhalación en busca de mi iPod..
Agarré una velocidad que creo habría opacado el registro de los 400 metros con lomos de burro, ida y vuelta, de cualquier atleta jamaiquino. Llego de vuelta a la parada y por suerte el colectivo no había pasado todavía.
Ingreso al quiosco, retiro mis bártulos, agradezco con una sonrisa a las anfitrionas y cuando me dispongo a salir un perro que se encontraba allí, no sé si en calidad de cancerbero o de cliente ¡ me mordió en el garrón!
Refrené mis impulsos asesinos para con el cánido y a duras penas mi educación me impidió proferir los insultos que pugnaban por salir al éter: ¨Perro y la r.......que te....! Etc, etc...
A los pocos minutos abordé el colectivo y los choferes me facilitaron el botiquín de la unidad que me permitió higienizar la no tan contundente pero sí lacerante huella dejada por los colmillos del pérfido animal del cual dezconozco si tenía su tarjeta de sanidad en regla.
Me apoltroné en mi asiento, le eché una ojeada a EL LIBERAL y luego descabecé un sueño hasta que desperté en el peaje de Fernandez advirtiendo que el coche estaba detenido y que todos los pasajeros se apeaban, hice lo mismo y allí me enteré que el motivo de la detención era por que una mujer de 22 años, procedente de Misiones, que portaba a su hijo en brazos, le había manifestado entre llantos a los choferes que su compañero de asiento, un hombre de 60 años, la habia manoseado cuando se encontraba dormida.
A los pocos minutos reanudamos el viaje y cuando pensaba que estaba todo solucionado ingresamos a Fernández y allí estuvimos detenidos ¡tres horas! hasta que se sustanció la denuncia ante las autoridades respectivas.
Continuamos el viaje y llegamos a Tucumán a las 23 horas. Sin ninguna otra novedad, por suerte.
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