En el esplendor de la tardecita quimilense, recorriendo lentamente el sentido norte a sur por la Avenida Rivadavia, de repente el cielo estalla de un mágico color y las papilas olfativas perciben el suave aroma de este palacho en flor que complementa la magnificencia de un panorama más que envidiable. Recorriendo la ciudad se advierten por doquier otros ejemplares de la especie que derrochan a esta altura del año la pincelada natural que Dios les dio. Pero ninguno como éste. El es único, sus ramas parecen cubrirlo todo y aquel que alcanza a apreciar con ojos sensibles la verdadera magnitud de su belleza no tiene más remedio que detener su mirada por unos segundos y empaparse de este milagro cotidiano que nos regala la naturaleza.. Dichosos los pájaros que pueden detener su raudo vuelo por un instante y sumergirse en este océano de color y aroma para luego reanudar su alocado ir y venir por el cielo quimilense.
KITO CARABAJAL
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